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CABRERA, POSIBLE DESTINO DE PICHIRICHI.

En octubre de 2015 una familia de pescadores de Almería dieron la voz de alarma porque habían observado una puesta de tortuga boba (Caretta caretta) en una playa de Pulpí cerca de Mojacar y querían que se protegiese el nido. Un equipo del Centro de Rescate y recuperación de Fauna Equinac se desplazó a la zona para “proteger el nido” y tomar los primeros datos. En cuanto nacieron las tortugas las recogieron y las distribuyeron en entre el Centro de Gestión Sostenible del Medio Marino Andaluz de Algeciras y el Acuario de Sevilla para que crecieran, se hicieran más fuertes y evitar así que fueran comidas por sus depredadores. 

 

Casi un año después las pequeñas tortugas bobas miden entre 15 y 20 centímetros de longitud y pesan entre 700 gramos y un kilo y han sido devueltas al mar el 16 de junio pasado en la misma playa donde nacieron.

 

Dentro de un estudio científico para estudiar los hábitos de nado de la tortuga boba del Consejo Superior de Investigaciones Científicas / CSIC del grupo de 12 pequeñas tortugas han elegido a cuatro para ser equipadas con localizadores de posición GPS, de 35 gramos de peso y colocados sobre su caparazón. Cada vez que la tortuga sale a la superficie del agua envían información por satélite y, gracias a las placas solares con las que funcionan sus baterías, los dispositivos podrán mantenerse en funcionamiento hasta que, dentro de unos meses, por la acción del crecimiento de la propia tortuga, se acaben desprendiendo del caparazón.

 

Con esta suelta pretendemos alcanzar dos objetivos muy diferentes. Queremos hacer el seguimiento de estos ejemplares, recabar más datos y aumentar el número de tortuga boba en mar abierto, pero también buscamos concienciar a la población sobre su especial situación, ya que están en peligro de extinción y los ciudadanos, con pequeños gestos, pueden hacer mucho para ayudarlas”, explica el investigador del CSIC Adolfo Marco, director del proyecto. 

Estamos en la tercera semana de libertad de las tortugas, de nuestras cuatro protagonistas “Pichirichi”, “Cocedora”, “Serena” y “Rabiosa” (los nombres se los pusieron los alumnos de los colegios que participaron en la suelta). Entre las cuatro han recorrido cientos de kilómetros, si bien han tenido comportamientos distintos. Cocedora y Serena han estado dando vueltas por la zona y sin alejarse demasiado del entorno, mientras que Pichirichi y Rabiosa, por su parte, se encuentran ya a bastante distancia de la playa donde fueron liberadas.

 

Pichirichi, la más activa de todas, ha logrado llegar a las proximidades de la isla de Formentera. También hacia el Norte se dirige su compañera Rabiosa, que navega en mar abierto por el Golfo de Mazarrón. Mientras tanto, Serena y Cocedora se encuentran a la altura de Carboneras, aunque esta última pasó primero por las proximidades del Cabo de Gata antes de volver a remontar la costa. 

 

En general, estos animales tienen hábitos solitarios. Viven en mar abierto, de manera aislada, y sólo en determinados momentos de su vida coinciden con otros individuos de su especie, como, por ejemplo, en el momento de la anidación, cuando cientos de hembras llegan a concentrarse en algunos puntos de puesta especialmente favorables. Esta especie puede vivir unos 60 años y poner 50 nidos a lo largo de su vida. Cada nido puede llegar a tener hasta 100 huevos.

 

Las tortugas marinas observadas en el litoral español son la boba (Caretta caretta), la verde (Chelonia mydas), la laúd (Dermochelys coriacea) y, mas raramente, la lora (Lepidochelys kempii) y la carey (Eretmochelys imbricata). Las dos primeras están catalogadas en la Lista Roja de la UICN como “En peligro”, mientras que las tres restantes han sido incluidas en la máxima categoría de amenaza, la de “En peligro crítico”. Durante las últimas décadas se está produciendo una mortalidad muy elevada en el Mediterráneo, especialmente relacionada con la pesca accidental. Sólo por la actividad del palangre de superficie, hasta veinticinco mil tortugas bobas podrían estar muriendo anualmente, debido a las capturas accidentales en este arte de pesca en el Mediterráneo occidental, destinado sobre todo a capturar pez espada (Xiphias gladius). Estudios de marcaje y recaptura estiman una mortalidad anual de juveniles –entre quince y setenta centímetros de longitud del caparazón– de tortuga boba de casi el 30%.

 

Para seguir el avance semanal de nuestras cuatro protagonistas y los avatares por los que vayan pasado podéis consultar su derrota en:

 

https://medioambienteand.wordpress.com/2016/07/04/tras-las-huellas-de-las-tortugas-ii/

 

 

 

 Redacción Marcabrera